Infinita la vigilia
Estirándome, virgencita del martirio
santísima madre de los inciensos
estirándome, sigiloso en mis insomnios
se me aproxima tu altar, de los favores.
Me aleja: del fin, el brillo de tu ascensión.
Tus labios, dulcísimos, me regocijan
con el murmullo de tu río gregoriano
me ofrendan esa humedad bendecida
y me susurran santo y seña de tu cielo.
Me acerco: me frota la fascinación.
Me coronas de laurel, me revelas
los arcanos escondidos en tu cauce
me sosiegas con su masaje ondulado
y píamente me frotas con las espumas.
Me acerco más: me roza ya la esperanza.
Acaricias suavemente mis labios
con las yemas milagrosas de tus índices
y no me suplicas oros, me exiges nada
me inmolas sin inmolar, acariciando.
Penetro: es mi postrera esperanza.